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“El día que salga mi mamá de la cárcel será el más feliz de mi vida”

Cerca de 150.000 menores de edad tienen a uno de sus progenitores encarcelado en Argentina. La prisión afecta de forma directa al entorno del preso, y en especial a los más pequeños de la familia

Un menor en una cárcel de Argentina.
Un menor en una cárcel de Argentina.Pepe Mateo / Unicef Argentina
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“Empiezan a tocar la puerta fuerte. Mi mamá se asustó, la cerró y después la abrieron así fuerte. [...] Yo me largué a llorar. Había un policía que estaba parado en la puerta y otra persona que estaba intentando pasar. A mi papá le pusieron una pistola así y lo hicieron arrodillarse”, recuerda Miranda, de nueve años, sobre el día que la policía allanó su casa y se llevó a su padre. Miranda es una de los cerca de 150.000 menores de edad argentinos que tienen a su padre o a su madre en la cárcel, según la Procuración penitenciaria de la nación argentina. “El encierro afecta sus vidas y las transforma para siempre”, advierte el organismo en su último informe.

El número de personas privadas de libertad en Argentina se ha triplicado en los últimos 20 años, hasta las más de 92.000 en la actualidad. La cárcel afecta de forma directa al entorno del preso, en especial la vida de los más pequeños del hogar. “Los familiares menores de 18 años de la población reclusa representan un colectivo de gran vulnerabilidad”, subraya el texto, realizado con el apoyo de Unicef.

El encarcelamiento agrava la situación precaria de muchos hogares en los que viven menores con un familiar detenido: en seis de cada diez casos, la persona encarcelada era el principal sostén económico de la familia. El 69% de los presos tiene un bajo nivel de escolarización y serias dificultades para acceder al mercado de trabajo. A la merma de ingresos derivada de la privación de libertad de un familiar se le suman numerosos gastos derivados de las visitas a la cárcel, la concurrencia a juzgados, el suministro de vestimenta y elementos de higiene a la persona presa y las comunicaciones telefónicas, destaca el informe.

Si la presa es la madre, la familia estalla en pedazos: solo un 19% de los menores queda al cuidado del padre. Los demás, suelen repartirse entre los abuelos, los tíos u otros familiares. Son también minoría los hombres que visitan a su pareja encarcelada. A la inversa, casi todas las madres hacen malabares para salir adelante e intentar mantener la estructura previa. Ocho de cada diez sigue a cargo de sus hijos y pelea para mantener el vínculo con el hombre preso.

"Mi hijo empezó a bajar las notas en el colegio y no quiere saber nada de ir. Necesita a su papá, está todo el rato deprimido”, cuenta Kelly Montalbo, cuyo marido lleva un año entre rejas. “El sistema está diseñado para que la persona que está dentro y la familia sufran. No les basta con privar a la persona de su libertad, se busca de que deje de tener visitas porque la familia se cansa de ir a verlo por tanto maltrato que sufre”, asegura.

Cuando los niños van a visitar no les permiten llevar un juguete. Mi hija le quería mostrar a su hermano el cuaderno del colegio y tampoco se lo permitieron

A Montalbo no le gusta ir a visitar a su esposo con el niño, pero aun así una vez al mes hacen juntos el trayecto de hora y media que separa su casa del penal. “La policía no debería revisar a los nenes, pero lo hace. Le hace sacar las zapatillas, las medias, le tocan el pantaloncito para revisar que no lleve nada y lo interrogan a la espera de ver su reacción”, cuenta esta integrante de la Asociación civil de familiares de detenidos en cárceles federales (Acifad).

 “Destrozó a toda la familia, fue un cambio del 100%. A mi hija le costó mucho hablar porque era muy pegada con el hermano. Recién ahora, con 12 años, puede decir que tiene un familiar detenido”, cuenta Viviana Escobedo, madre de un hijo de 31 años que lleva 11 en la cárcel. “Cuando los niños van a visitar no les permiten llevar un juguete. Mi hija le quería mostrar a su hermano el cuaderno de cómo le va en el colegio y tampoco se lo permitieron, nada de nada”, continúa.

El informe de la Procuración, realizado a partir de 196 encuestas a personas privadas de libertad y 39 a familiares, critica el maltrato ejercido contra los menores en los allanamientos policiales y en las visitas en las cárceles. En estas, pide poner fin a la segregación por sexos a partir de los 12 años, lo que impide las reuniones familiares en un momento de grandes cambios para los adolescentes.

También pide acercar los presos con hijos al lugar de residencia familiar, ya que las grandes distancias cortan el vínculo: el 91% de las personas detenidas en cárceles del interior de Argentina con familias asentadas en Buenos Aires no recibe visitas de sus hijos.

El 91% de las personas detenidas en cárceles del interior de argentina con familias asentadas en Buenos Aires no recibe visitas de sus hijos

El momento de recuperación de la libertad es visto por los familiares adultos “como una instancia de fuerte incertidumbre”, según el documento. La Procuración recomienda las salidas transitorias y un acompañamiento institucional para ayudar a las familias a “reconfigurar sus dinámicas ante una nueva y diferente manera de estar, de vivir, con la persona que ha sido encarcelada".

“El que está dentro, en vez de rehabilitarse, capaz sale y es peor persona. Es probable que así sea porque es tal la crueldad que hay ahí dentro, el tener que sobrevivir ahí dentro, que después eso repercute con la familia”, advierte Montalbo. Ese temor lo comparten muchas de las mujeres que cada fin de semana forman largas filas frente a las cárceles de toda Argentina. Aun así, hacen lo posible por no transmitírselo a los hijos que a veces las acompañan.

“El día que los detienen yo era chiquito y solo miraba a los policías, yo no sabía nada”, contó en una de las entrevistas Facundo, de nueve años, sobre la detención de sus padres. “Al otro día me levanté, pensando que estaba mi mamá conmigo. Y no… Estaba con mi tía”, recuerda sobre ese día, cuando aún no había cumplido los cuatro años. “Cada día hablo con mi mamá y mi papá, pero me gusta más ir a visitarlos porque me hace sentir que estoy en casa con ellos”, relata. Cuenta los días que faltan para que eso ocurra: “El día que salga mi mamá será el más feliz de mi vida”.

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